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Julian Assange era un “divo” para ciertos medios cuando les puso “en bandeja de plata” los cables de las embajadas de EE.UU. Ahora que entrevista a líderes mundiales, que no comparten la hegemonía política neoliberal, entre ellos el filósofo Zizek o Rafael Correa, ya es digno de toda reprobación.
Es más, como el propio Assange desnudó a ciertos periódicos que ocultaron varios cables que comprometían a las élites empresariales o a gobiernos corruptos, entonces ya su presencia molesta y hasta fastidia. Incluso, en nuestro país hay periódicos y periodistas que echan “pestes” porque se divulgan los cables que ellos, a pesar de haberlos tenido, no los publicaron. Hasta se atreven a señalar que los cables son “armas políticas”.
La pregunta que no se hacen ellos es si fue Assange el que redactó esos cables o fueron los diplomáticos estadounidenses. Si hubiese sido el primero, el periodista australiano ya estaría “condenado”. Como lo hicieron los embajadores y ellos son quienes “denuncian” o revelan nombres y datos, pues los voceros de la prensa comercial y de la oposición están irritados.
Por eso la entrevista del pasado martes con el presidente Rafael Correa (muy profunda y hasta amena, sin la clásica fórmula de entrevistar para acusar o arremeter) fue una muestra de un diálogo fresco para dejar que el personaje se exprese y exponga sus ideas. El impacto producido por la entrevista ha sido enorme: Correa puso en debate y oxigenó ciertos lugares comunes que la prensa comercial se ha encargado de encallecerlos con verdades a medias.
Eso, ahora, constituye un insumo para pensar mejor qué pasa en el Ecuador de viva voz de su mandatario. Y sobre todo el diálogo fue un “descubrimiento” para el mundo de tesis que ni se casan con dogmas fundamentalistas y mucho menos sobre la base de la demagogia, porque Ecuador puede mostrar cifras reales de lo que ha cambiado estos años.