Las cifras del segundo trimestre del presente año, vistas en esa dimensión y sin abordar otros indicadores, revelan dos cosas para entender qué momento económico vivimos en el Ecuador: coherencia en el discurso y responsabilidad en la aplicación del modelo legitimado por la población.

Calificado como uno de los crecimientos más altos de la región, para Ecuador es un dato que va más allá del rendimiento macro. Si el sector no petrolero se ubica en el 9,8% quiere decir que la fuente principal de recursos deja de ser la marca monoabastecedora de riqueza, para dar paso a una “red” más amplia asentada en la construcción y la pesca fundamentalmente, sin descontar en ello los suministros de electricidad, tal como lo explicó el sábado último el presidente Rafael Correa.

Incluso el dato más significativo, en términos prospectivos, es que la inversión creció en 16% y con ello la situación de las empresas y de sus obreros y empleados mejora hacia adelante y genera condiciones de estabilidad laboral y crecimiento económico.

Y más allá de eso hay un factor fundamental: en estas épocas el Ecuador ha sembrado en educación, salud y seguridad social, además de bienestar generado por el crecimiento de la calidad de vida en áreas como la vivienda y la vialidad.

Si esa siembra ocurre con intensidad, quiere decir que los próximos años tendremos mejoras notables en la economía, pero fundamentalmente en lo social. Por eso, es importante colocar las reflexiones por encima de las disputas políticas puntuales y hasta particulares que ciertos sectores de la oposición exacerban para deslegitimar el modelo que revela éxito.

Entonces, afirmar esta tendencia también conlleva otras tareas y también acuerdos prácticos: fortalecer el modelo, incorporar otros aspectos como el de la distribución de la tierra, elevar la tecnificación y la eficiencia en el servicio público para atender la demanda ciudadana y de los factores de la producción. Sólo así se superaría la pobreza en diez años, como dijo Rafael Correa.