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Ya se escuchan advertencias y hasta pronósticos catastróficos. Si lo miramos sin los datos de la realidad y nos sometemos a lo que ya ha sido una práctica de la prensa comercial y de la oposición mediática, no cabe duda de que hace rato ya estaríamos peor que hace 20 años.
La economía nacional alcanzó un crecimiento del 7,8% el año pasado y eso fue muy bueno para todos, incluidos los opositores y la misma prensa. Es indudable que el manejo soberano, independiente de los intereses de los organismos financieros mundiales, garantizó dar prioridad a lo social, a la obra pública y a la inversión productiva, lo cual creó empleo, aumentó el consumo, entre otras cosas. ¿Qué habría pasado si hubiésemos seguido consejos de los neoliberales?
Sin embargo, no hay que desdeñar la crisis económica mundial, particularmente europea. Por el contrario, hace falta sintonizar hasta dónde las exportaciones hacia esas regiones afectan considerablemente a la economía nacional. Lo mismo: hay que tener en cuenta el posible advenimiento del fenómeno “El Niño”.
El su última sabatina, el presidente Rafael Correa advirtió que el crecimiento de este primer semestre es positivo y genera tranquilidad. A diferencia de lo que muchos agoreros del desastre esperan, los precios del petróleo no cayeron por debajo del previsto en el presupuesto general del Estado. Por tanto, los planes y programas están financiados y la economía nacional no vive alteraciones que puedan afectar el desarrollo natural que ha alcanzado estos años.
Eso lo sabe la gente, a pesar del dramatismo con el que transmiten ciertas noticias esos canales escandalosos. Ahora, mucho más que antes, la gente puede programar sus finanzas, sus créditos, sus inversiones. Lo hace porque tiene estabilidad política y económica, y eso, ya de por sí, es un recurso vital para el ciudadano y el país.