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Ya van dos o tres alertas de lo que será la campaña electoral. Como en los viejos tiempos: con base en el escándalo y una escasa propuesta programática que explique cómo afrontar los verdaderos problemas de fondo de Ecuador. Por ejemplo, un ciudadano que ocupó un cargo público hace nueve años ha dicho que en 2014 se cometió el mayor fraude electoral porque votaron los migrantes en los comicios para elegir alcaldes, prefectos, concejales y vocales de las juntas parroquiales.
Con eso quiso (no parece que lo lograra) señalar a un solo actor político como el supuesto responsable. Pero como la mentira tiene patas cortas, su objetivo político (escandalizar al país del modo más abyecto) se le ‘chispoteó’. Si fuese cierta su denuncia, entonces los más perjudicados con este supuesto fraude serían los alcaldes elegidos, por ejemplo, en Quito y Guayaquil. ¿O los más favorecidos? Si fuese cierta, el denunciante habría ‘perjudicado’ a quienes intenta favorecer con sus declaraciones y supuestas pruebas.
Lo que en realidad revelan estas acciones es la estrategia de quienes quieren posicionar su nombre y partido en el escenario electoral con dos propósitos bien identificados: ganar presencia mediática y ser considerados como candidatos para asambleístas o para Presidente. Así, esto resulta lamentable para el sentido real y profundo de la política. (O)