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El cierre de campaña del pasado jueves fue una evidencia contundente: la movilización de los dos candidatos presidenciales, con más opciones de triunfo, según todas las encuestas, prueba que no hay tal polarización, y mucho menos una mancha o dudas en el proceso electoral de Venezuela.
Tanto es así que todos los enviados, la mayoría de prensa que está en contra de una reelección de Hugo Chávez Frías, tuvieron que aceptar y registrar el enorme apoyo para él, en esa concentración multitudinaria que habría bordeado el millón de participantes. No por eso, la otra candidatura, la de Henrique Capriles, puede considerarse un saludo a la bandera. Al contrario, representa a un sector importante de la derecha y el centro político de ese país.
De todos modos, lo ocurrido en la campaña electoral pone en claro que el debate de fondo es una dimensión distinta, no necesariamente si gana uno o gana el otro. Lo que dice Capriles es todo lo contrario de lo que en las encuestas expresan los venezolanos: lo más importante es la continuidad de los proyectos sociales (vivienda, educación, alimentación y salud).
La prioridad no es acabar con la solidaridad internacional o “garantizar” la libertad de expresión o la “reapertura” de los medios de comunicación cerrados por violaciones a la ley. Venezuela ha vivido una transformación social y económica importante. Nadie lo puede dudar. Quizá hay problemas no resueltos, dificultades por afrontar con urgencia.
Incluso, como el propio Chávez lo reconoce, ha faltado suficiente eficiencia en la ejecución de proyectos y calidad en los servicios. Lo neurálgico es profundizar la lucha contra la miseria y la pobreza, mejorar los índices de desarrollo social y asegurar todas los derechos y reivindicaciones alcanzados. Si eso, el uno o el otro candidato, lo realizan, los venezolanos decidirán mañana en las urnas.