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Guayaquil, una ciudad cosmopolita, cuna de extranjeros que desde el siglo pasado decidieron adoptarla como su patria, tiene un ‘agujero negro’ que no necesariamente está en el cielo sino en medio de su gente, en ese ir y venir diario en el que se mezclan razas, culturas, idiomas, clases sociales... Es ese enjambre que todos los días, en diferentes puntos de la ciudad, emite un zumbido que, al unísono, es inentendible, pero que si se repara en él son esas voces agudas que más allá de intentar vender algún producto por unos cuantos centavos, luchan incansables no solo con aquellos que con la mirada, acciones y hasta con represión, los sacan de las calles -consideradas regeneradas-, sino también entre ellos, pues cada cual delimita su sitio de trabajo.
Ese ‘agujero negro’, el cual muchos ignoran, forma parte del folclor, de la identidad y de la cultura del ‘guayaco’, un término que en América se deriva del Guayacán (árbol), pero que en esta ciudad tropical de la Costa ecuatoriana se asocia con el nombre de la ciudad, Guayaquil.
Una urbe conflictiva, como muchas, pero que es también referente en otros países de la región por su puerto, por sus negocios, por su desarrollo, por su sinergia, por su arte, por la forma en que se expresan verbal y gestualmente sus ciudadanos, esos que sin saber un lenguaje de señas, mueven los ojos y dan una directriz al amigo, al familiar, y hasta al desconocido. Esos ciudadanos que buscan anidarse en las terminales y miniterminales en busca de un ‘sueldo’ que no alcanza para mucho, pero que es bienvenido en el hogar.
Son esa población flotante que no necesariamente llega de otras ciudades, sino que dejan su barrio y buscan sitios estratégicos para poder vender, para poder comer, para poder vivir, para poder subsistir... Y en medio de esa muchedumbre, donde todos van apurados hacia un destino a veces incierto o desprovisto de una meta clara, ellos, los informales, siguen de andariegos, con sol, con lluvia, en el día o en la noche... Esa es Guayaquil, atractiva, imponente, insegura, protestante, divergente y, en ella, los informales viven su día a día. (O)