Publicidad
En Brasil, finalmente la cortina se corrió. Una grabación revela que el presidente Michel Temer auspició una red de sobornos para favorecer a Eduardo Cunha, artífice de la destitución de Dilma Rousseff.
A la ahora expresidenta la defenestraron por un supuesto mal manejo de las cuentas fiscales (una práctica muy común en la política de ese país), incluso en manifestaciones callejeras la culpaban de corrupción, lo que nunca se ha comprobado. Pero resulta que el corrupto era su vicepresidente y hoy sucesor. En la misma categoría están Cunha, ya sentenciado, y Aecio Neves, el candidato de la derecha que Rousseff derrotó en 2014.
Lo ocurrido en Brasil constituye una lección para todo el continente. La destitución de Dilma demuestra hasta dónde están dispuestos a llegar ciertos círculos de poder que pierden comicios. Sin escrúpulos, por encima de la ley, son capaces de montar un siniestro show. Sin embargo, la verdad siempre se impone y en esta ocasión el doble rasero quedó al descubierto. (O)