Todo lo que hizo está marcado por su inmenso amor. No cabe duda alguna. Su lucha fue una larga cadena de sacrificios y entrega a una causa noble y tierna: sacar a su Venezuela de la pobreza, de las garras de la oligarquía y construir su socialismo. Y puso todo de sí, lo mejor de sí, lo más puro y político. Los resultados están a la vista.

Hugo Chávez hizo una revolución a costa de su propia salud, luchando todos los días contra todas las fuerzas reaccionarias y contra todos los obstáculos de todos los imperios. La hizo con todo el amor que un Ernesto Che Guevara o un Simón Bolívar la habrían hecho en estos tiempos.

La vida es un respiro hondo y profundo que solo nos ilumina por pocos años y en ese lapso los hombres nos aferramos a grandes causas sabiendo que la muerte no las detendrá. Y eso estaba claro en Chávez, ese mulato auténtico, lleno de alegría y vitalidad para afrontar las más duras batallas. De ahí que nunca puso límite a su lucha.

Ahora el mundo entero asume su desaparición física como un acontecimiento luctuoso, pero también como un hito histórico para avizorar el futuro de Venezuela marcado por el sello de Chávez. Ni su país será el mismo sin él, pero tampoco los hombres que se adelantan dejan abandonadas sus tierras y sus tareas. Su ejemplo está latente y vivo en todas nuestras naciones. Con su enorme personalidad nos impulsa a seguir siendo mejores hombres para no dejar que sus ideales se queden ni se pierdan.

Ahora, con el mayor dolor, América Latina y nuestro diario le rinden el homenaje a uno de los grandes hombres del continente, el mejor bolivariano de esta época y el más grande revolucionario de estos tiempos. Es un homenaje sentido y doloroso porque fue un hombre que sufrió sus últimos días una enfermedad que le arrebata la posibilidad de ver de cerca hechos realidad todos sus sueños.