No hay celebración que no convoque reflexión y memoria. Y por fuera de los rituales y los actos festivos hace falta una mirada hacia el futuro. Para ello hay que reconocer cómo esta ciudad va definiendo su identidad a partir de una conjunción de acciones, migraciones, complejos debates abiertos y encubiertos, diversidades cada vez más afines al compartir muchos problemas y en comunión afrontarlos para construir un bienestar común más equitativo.
La ciudad tiene por delante retos enormes. El principal: garantizar calidad de vida a todos sus habitantes. Hasta ahora hay problemas serios y postergados. Pero es cierto también que los guayaquileños asumen una lucha tensa ante propuestas elitistas que no dan paso a la solución urgente. La violencia y el crimen organizado no puede abordarse solo desde medidas judiciales, y mucho menos solo policiales. La cultura de paz y de convivencia debe ser una tarea pedagógica de todos y todas. Y eso pasa también por fomentar menos consumismo y más responsabilidad pública.
En esta tierra hay mucha energía, sabiduría y recursos. Sí falta poner en marcha mecanismos efectivos de participación ciudadana, asambleas populares y acciones socializadas desde las autoridades locales para fortalecer la identidad y la búsqueda de soluciones a los problemas acuciantes, como son aquellos del agua, el tráfico y la violencia. Algo ya ha hecho el Gobierno central con las invasiones, y eso es un paso trascendente, pero todavía falta.
Ahora, gracias a la celebración que nos une, podemos detenernos también a identificar las potencialidades que cada uno tenemos para aportar lo mejor. Y que mañana no sea solo un día más, sino el hito desde el cual se provoquen nuevas búsquedas y varias acciones efectivas. Desde esa condición habrá positivas relaciones políticas para reducir las tensiones provocadas por esos afanes electorales tempraneros.