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El Telégrafo

Fuego purificador contra la calumnia

28 de diciembre de 2011 - 00:00

Los ecuatorianos hemos perdido definitivamente la costumbre de quemar simbólicamente -en la medianoche del 31 de diciembre- nuestras personales frustraciones y dolores del alma. Ahora tenemos que conformarnos con la burda caracterización de un dibujo animado de televisión, o con la pésima réplica de algún jugador de fútbol.
La fusión de  talento y el humor, que antes lo teníamos a la mano y en la punta de la lengua, parece que se extravió en algún lugar de nuestro imaginario.

¿Será que la vieja política, ya moribunda, dejó de interesarnos? ¿Nos habrán amargado tanto las promesas de redención incumplidas que las reemplazamos deliberadamente por un muñeco sin gracia? Lo cierto es que ya no incineramos al personaje político causante de tantos desajustes en la economía doméstica con su discurso demagógico; tampoco al vecino cuyo acartonamiento y falsa moral enemistaba a los niños del barrio; ni al peluquero difusor de grandes chistes y ocurrencias sobre el pulso de cada ciudad y del país; como tampoco a las beatas chismosas que detrás de la ventana mal cerrada medían nuestros pasos y escrutaban nuestra vida y milagros. Frente a esta devastación de usos y costumbres -que es el radio de acción de la cultura- es necesario reflexionar sobre los pasos perdidos y todo lo que merece ir a la hoguera, al terminar un año pródigo por el crecimiento económico y disminución de la pobreza y la miseria.

Habría, entonces, que caricaturizar a los que mienten deliberadamente sobre el impacto de las políticas soberanas, a quienes recurren a la calumnia para desprestigiar a los gestores del cambio, a todos aquellos que se esconden detrás de la libertad de prensa para privilegiar intereses personales y corporativos, a los falsos profetas del desastre que nunca ocurrió; y a los que pontifican sobre las bondades del camino sin retorno al pasado oscurantista y antidemocrático de los viejos caudillos. Luego tendríamos que rellenar con aserrín la ropa que ya no utilizamos para darle el acabado al año viejo.

De lo demás se encargará el fuego purificador y nos hará pensar por un momento en una práctica política más decente y menos infame.

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