Tras conocer los primeros resultados hay perdedores que no asimilan el golpe, pero sobre todo la lección popular: el Ecuador escogió un camino, el mismo que hace seis años. Y con ese mensaje quedan claras muchas cosas. La primera: los electores no quieren un candidato ni un modelo que privilegie el mercado como horizonte o paradigma social, y menos aún una supuesta izquierda o populismos clientelares que no aportan soluciones a los temas de fondo.

Sin embargo, tras la derrota, se oye rezongar a los ex socialdemócratas, a los maoístas y a los supuestos liberales de izquierda. Hasta ofenden al pueblo ecuatoriano con sus expresiones; como aquella candidata a la Vicepresidencia que manifestó que los ecuatorianos votamos con escopolamina. Lo dijo como si nada. Y el partido que la auspició insiste: saldremos a las calles a seguir con la lucha. ¿La lucha contra los millones de ecuatorianos que votaron por Rafael Correa y la mayoría legislativa?

La oposición es necesaria, siempre. Y debe existir siempre, permanente y responsablemente. Para ella hay tareas fundamentales, mucho más si viene de la izquierda, o de la que se autocalifica así. Debe apoyar lo bueno, en lo fundamental. No hay duda. Pero la izquierda plurinacional ni siquiera apoyó la Ley de Comunicación y, más bien, se alineó con el mismo discurso de la prensa privada. Incluso, por poco  expulsan de Pachakutik al dirigente Humberto Cholango cuando se atrevió a mencionar la posibilidad de apoyarla.

La oposición también debe fiscalizar y juzgar las cosas que se hagan mal o que violen la Constitución, pero no sobre la  base de la agenda que le ponen los grupos corporativos de siempre, y mucho menos de la que impone el poder mediático. Es penoso ver a la oposición actual agachar la cabeza ante los “periodistas libres e independientes”. Algunos de ellos, conociendo el resultado electoral, cuestionaron el rol de la oposición por tibia y mediocre. ¿Querían acaso una desestabilizadora y golpista?