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La telerrealidad o su equivalente en inglés que ya se ha generalizado en el habla popular, reality TV, es ya un elemento recurrente en la cultura de masas. Han pasado ya muchos años desde que en 1991 apareció el pionero de este género televisivo en la lejana y exótica Nueva Zelanda. De entonces hasta acá un aluvión de estos programas invade la pequeña pantalla en EE.UU., Europa y América Latina, y algunos se han convertido en franquicias internacionales. Ecuador no ha sido la excepción.
Situaciones espontáneas y en muchas ocasiones participantes desconocidos animan estos espacios que enardecen a multitudes. El uso de cámaras ocultas, la búsqueda de talentos o simplemente mostrar la vida íntima de algunas personas son la base para captar la atención y elevar el ansiado rating. Con tal de ganar los puntos del jurado, que puede ser un grupo de profesionales o el gran público, los protagonistas se someten a las más disímiles y asombrosas pruebas, que en ocasiones pueden sonrojar a muchos.
Aunque no se descarta la utilización de la técnica de la edición y que algunas escenas pueden ser dramatizadas, lo cierto es que los televidentes, además de conocer escabrosas historias, observamos personajes que enfrentan situaciones límite y dispuestos a todo. Pese a que estamos en tiempos en que los padres conversan con sus hijos de temas antes tabúes, como la sexualidad y hasta el matrimonio igualitario, en ocasiones nos movemos inquietos en nuestros sillones ante la elocuencia de las imágenes.
Morder una pompi, oler los pies, la boca o las axilas, lamer la oreja de una pareja ajena, pasar por un polígrafo, besar a ciegas para saber si conoces bien a tu “media naranja” son algunas de las “pruebas de amor” que provocan la hilaridad de los espectadores. No estamos en tiempos en los que un bikini, un beso apasionado, un trío amoroso o un desnudo sean tomados como un atentado al pudor. Sin embargo, en aras de mejorar nuestra cultura y cultivar el buen gusto, convendría imponer ciertos límites a lo que, a ojos vistas, se convierte en desatino. (O)