Hubo una época en el país de las desigualdades, en que la demagogia populista y clientelar, sobre todo velasquista, arreglaba las protestas con un cheque y una promesa.
No había ciudad, por más pequeña que fuera, que no deseara tener un parque central, una gran iglesia, un estadio, un aeropuerto, y vías -por lo menos empedradas-, para mantener el orgullo por la patria chica muy en alto; y la conexión, tan necesaria, con las demás provincias.
Todas las demandas eran legítimas, pero a nadie se le ocurrió pensar -o las estrategias empresariales no estaban tan desarrolladas en Ecuador- que se requerían estudios de mercado, ni se consultó en esa época a las cuatro únicas compañías aéreas en operación: primero Panagra, luego Ecuatoriana de Aviación y después San y Saeta, sobre las posibilidades de expansión y costo de operaciones.
El aeropuerto Reales Tamarindos, de Portoviejo, fue construido a fines de 1930 para pequeñas aeronaves, y cuando TAME realizó el último vuelo, el 14 de mayo de 2009, lo hizo por falta de rentabilidad y altos costos de funcionamiento.
Ese mismo año, el Gobierno Nacional manifestó la intención de concentrar las operaciones en el aeropuerto Eloy Alfaro, de Manta, porque opera 24 horas al día, tiene una pista para recibir grandes aeronaves y un proyecto de rehabilitación para soportar altos niveles de carga; por el desarrollo industrial y la rápida conexión con la capital de la provincia en treinta minutos.
Esta situación ha generado temor entre los portovejenses, por rumores lanzados en el sentido de que la capital sería trasladada al puerto. La posibilidad de que cierre esta terminal y la de Los Perales, en San Vicente, a 90 minutos de Manta, no tiene que ver con la estructura de los gobiernos locales.
El 19 de septiembre de 2011, el Cabildo publicó un manifiesto en apoyo de la continuidad del aeropuerto Reales Tamarindos y las Cámaras de Comercio y de Turismo de esa ciudad han solicitado para la iniciativa privada el manejo del aeropuerto. Entonces, ¿cuál es el problema?