Si los miramos desde la lógica liberal, desde una perspectiva de conflicto y de inequidad social, quizá los sindicatos han perdido su razón de ser. Su existencia y robustez política estaban marcadas por la defensa de los derechos de los trabajadores, por conquistar todo aquello que los empresarios y los monopolios les negaban. Incluso, como plataforma para la construcción de un proyecto político para alcanzar otro tipo de sociedad, el sindicalismo jugó un papel preponderante a lo largo del siglo XX. Y quizá por eso mismo, algunos -por suerte pocos- dirigentes confundieron su tarea dentro de los sindicatos: dejaron atrás la defensa esencial de sus representados y abogaron por la disputa política en el terreno electoral.

La pregunta que ronda es: ¿para qué sirven los sindicatos si los derechos de los trabajadores, sus reivindicaciones, las demandas históricas más importantes y sus justos reclamos son atendidos a tiempo y las leyes y Constitución se respetan por parte del Estado y este mismo obliga a los empresarios a cumplir con todo ello? ¿Pierde sentido y protagonismo un sindicato en estas condiciones? No, para nada. Su lugar es importante y clave, pero sí puede y debe revisar sus agendas para no estancarse en la plataforma política ajena a sus necesidades vitales.

Los sindicatos son una institución vital para la economía y para un proyecto socialista. De hecho, ahí está su mayor reto y reflexión: pensar cómo contribuyen al paradigma del Buen Vivir sin caer en los modelos y esquemas que se diseñaron para otro contexto.

Por lo mismo, tras escuchar los discursos de los dirigentes sindicales en las marchas por el Día del Trabajo, nacen estas reflexiones porque parecería que unos siguen en los años setenta u ochenta y otros no entienden su rol primordial en la búsqueda y consecución de otro tipo de sociedad en la que los sindicatos son clave, sin duda.