El presidente de la República del Ecuador, Rafael Correa, tiene razón sobre lo que reflexiona en la entrevista publicada ayer en este diario: el país necesita un cambio cultural profundo. Y no solo para mejorar las condiciones de vida y materiales, sino para forjar otra sociedad, en la que cada uno tiene unas obligaciones personales y responsabilidades colectivas concretas.

La salida del ex Ministro de Salud es una prueba de ello: ¿por qué es imposible la excelencia en un sector donde se atiende a seres humanos con problemas en su organismo? La directora del hospital Baca Ortiz habría argumentado como justificación la carenencia de recursos para resolver problemas que deben estar en la agenda diaria. Eso se llama burocracia e irresponsabilidad. No es posible que un mandatario tenga que ir a poner orden porque un ascensor no funciona.

Por eso, además de otros problemas que no son tarea del Gobierno, el sexto año de la gestión del presidente Correa debe ser para revolucionar esas prácticas y asumir que, si seguimos así, incluso contando con toda la plata del mundo, lo que avanzaremos será muy poco. Hay países con escasez de recursos naturales, con dificultades económicas, pero con un alto nivel de preparación y conocimientos que compensan esas carencias y afrontan retos de mayor nivel.

Revolucionarse es la tarea, y eso implica, sobre todo, fijar metas cualitativas. A veces nos conformamos con informar que subió esta o tal cosa, que se incrementaron las cifras, pero nos despreocupamos respecto a si eso conllevó más calidad. Por eso, ese cambio cultural del que habla Correa debe invadir toda la vida, privada y pública, para que cada cual aporte un grano de arena de calidad al bienestar de todos y todas.

Eso de revolucionarse no quiere decir caer en alguna moda ni volverse naif en todo. Implica generar procesos de ruptura con aquello que impide el mejoramiento de la calidad de vida. Y, con el ejemplo del Gobierno, eso tendrá mucho más eco si lo asumen todas las autoridades.