No hay que darle vueltas a lo más obvio: el debate cultural es el más político de todos. Ahí se reflexionan temas que devuelven a lo esencial de la democracia: hacia dónde quieren ir las sociedades y cómo quieren llegar a esos escenarios.

Lamentablemente en el Ecuador, en los últimos tiempos, el mayor debate “cultural” se sostiene en la misma medida que ciertos actores hacen oposición  y cómo sus posturas se reflejan en los medios. Y para más: ese debate queda sometido a los supuestos pensamientos y hasta posiciones ideológicas con relación al Gobierno.

El valor más importante para colocar a un intelectual o autor en la palestra de la discusión es si  se confronta con el poder o si es partícipe de un viaje, una exposición o una feria de libro. Esos mismos personajes no son necesariamente los que provocan y discuten sobre los paradigmas que se tejen en las sociedades, cómo estas van construyendo sus formas de vida y las visiones del mundo que acogen las nuevas generaciones.

Así como ciertos medios demandan libertad de expresión desde la libertad de mercado, en el campo de la cultura se confunde libertad de crítica con derecho a hacer oposición bajo el ropaje de arte y hasta de pensamiento.

Las cadenas de correos y comunicados sobre la supuesta exclusión de Fernando Balseca de la Feria del Libro de Guayaquil revelan el grado de intolerancia, falta de información y utilización de un tema plenamente aclarado para confrontar sin una sola tesis. De hecho, esos comunicados desconocen que algunos de sus firmantes han recibido el apoyo del Gobierno para hacer muchas de sus obras, difundirlas y hasta comercializarlas, como una absoluta responsabilidad de las políticas públicas y no de un clientelismo, como sí ocurre con ciertos municipios y, hasta hace no mucho tiempo, con los gobiernos más impopulares de la historia.

Solo habría que revisar qué ha dicho Balseca sobre el tema para ubicar el uso político de la supuesta exclusión. Disfrazar debate cultural con oposición proselitista es fácil, lo contrario...