Fue Antonio Gramsci, en Cuadernos de la cárcel, quien señaló el valor político del sentido común. El pensador italiano no lo hacía para reivindicar un postulado cualquiera sino para revalorizar, en la cultura y en el pensamiento, esa sabiduría popular para abordar y reflexionar sobre los problemas más complejos de  la sociedad, como bien lo destaca, palabras más, palabras menos, en el ensayo Gramsci y los intelectuales, de Hernán Ibarra, en el último número de la revista Ecuador Debate.

Y el tema viene al caso porque enfrentados a una etapa pre electoral escuchamos voces y leemos poses intelectuales que inquietan por su poca calidad conceptual al querer colocar un membrete a un país y a un proceso que no calza con lo que los números, las estadísticas y los hechos van diciendo, casi a gritos, sobre lo que ocurre en la “realidad real” del Ecuador de estos tiempos. Y en esas poses también caen ciertos periodistas, dados a intelectuales, que ahora filosofan sobre la coyuntura a partir de sus puras “percepciones”.

Ellos consideran que publicar documentos, destacar datos y hasta generar debates constituyen herramientas políticas con un solo propósito: reelegir a Rafael Correa. Es que se han concentrado tanto en desfavorecer esa posibilidad que hasta los más ínfimos hechos constituyen para todos ellos resortes  de una reelección que no soportan y menos aceptan como una opción de la realidad.

Sí, una opción de la realidad, que el sentido común de la gente, esa sabiduría propia de la experiencia y de la contrastación con la realidad, ha colocado como un hecho político, bajo el manto legal de la Constitución. Ese sentido común, además, se construye desde una distancia muy lejana de los intelectuales. Se hace a diario con la respuesta que reciben del Estado y de la satisfacción de demandas que parecían para otras épocas o en otros países.