Ayer se conmemoró el Día del Maestro. Algunas reflexiones se hicieron alrededor del tema y también ciertos homenajes muy merecidos. Pero más allá de lo tradicional que estos actos conllevan, lo que de fondo está en debate es el rol que deben cumplir los profesores para los retos que tiene  Ecuador en estos tiempos, pues ya no solo se trata de tener ciudadanos alfabetizados y con cierto nivel académico.     

El mayor reto es contar con una sociedad formada en la excelencia, la calidad académica y un ambiente de reflexión para favorecer un pensamiento propio. Pero sobre todo generar un gran proyecto de descolonización, porque si algo consolida la dependencia y el sometimiento es el tipo de educación. En Ecuador se han reproducido esquemas y modelos de sometimiento sin mayor discusión, incluso por aquellos sectores que se denominan de izquierda y controlan los gremios de los maestros y determinadas facultades de universidades donde se forman los profesores bajo esos moldes sin ninguna criticidad.

El maestro de esta época debe enseñar sobre todo a pensar, no cabe duda alguna. No son tiempos ya para la memorización y menos para la copia y calco. Tenemos una larga historia de conocimiento ancestral que se desprecia en ciertos sectores educativos. Los profesores ecuatorianos deben ser revolucionarios en el mejor espíritu de la palabra, no para generar protestas y escándalos vacíos de contenido o para reivindicar demandas muy particulares y corporativas.

Para ello hace falta entender dos cosas fundamentales: somos una sociedad inequitativa y queremos un país de bienestar y calidad de vida plena. Por lo mismo, trabajar con las nuevas generaciones debe cimentar esa realidad para transformarla. Por eso la mediocridad de los profesores debe ser una página del pasado y reconocer a todos aquellos que hacen de su magisterio un apostolado impresionante.