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Toda oposición es clave en las democracias. Y si esta asume ese rol cívico tiene dos obligaciones: generar opinión desde argumentos sólidos y proponer salidas viables a los problemas o posturas a los que se opone.
Pero si la confluencia sobre temas ecológicos une a distintos actores e ideologías, hay mucha más exigencia de una responsabilidad ética y cívica porque lo que está en juego no es el poder o un cargo sino la misma naturaleza y la humanidad.
De ahí que las expresiones a favor o en contra de un tema u otro no pueden pasar por ese rasero que se ha visto en los actores políticos ahora convertidos a un neoecologismo riguroso. El Gobierno ha expuesto sus argumentos. La oposición ecológica debe confrontarlos sin una pizca de politiquería o electoralismo.