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Brasil vive una crisis institucional sin precedentes. El presidente en funciones ha sido acusado de corrupción. La denuncia no viene de sus adversarios políticos, sino del fiscal general de la nación.
Pese a ello se resiste a renunciar y habla de persecución. Si no fuera porque se trata del destino de un país, la historia sería tragicómica. El mismo hombre que conspiró contra Dilma Rousseff, que la criticó por no tener respaldo popular, ahora tiene 7% de aceptación y no hay día que no surja un escándalo en su gobierno. Habrá que ver si el Congreso brasileño mide con la misma vara a Michel Temer. Si no lo condena, quedará probado que la destitución de Dilma fue un golpe de Estado.
Temer asegura que la justicia lo persigue a él y a los diputados. Así interpreta las acusaciones de corrupción, con video incluido. Para él, los juicios son una amenaza a su programa ultraneoliberal que congeló la inversión social por 20 años. Todo ello sin ningún tipo de legitimidad. (O)