No hay duda  de que un premio o un galardón tienen un hondo contenido político. Hasta los Nobel se miran así, por los más “connotados” analistas. Si el de la Paz es para el presidente de EE.UU. que invade un país y masacra a miles de ciudadanos que no son de su patria, el premio adquiere toda una connotación política. Si el de Literatura es para el escritor de un país donde se restringe la libertad de pensamiento, evidentemente ahí no hay solo una valoración artística.

Y para el caso concreto del premio Rodolfo Walsh para el presidente de Ecuador, Rafael Correa, significa una propuesta política muy clara desde un sector social trascendente en la vida política de Argentina. Por lo mismo, no se trata de un acto “sesentero”, como mencionan algunos editorialistas y analistas, sino de la  expresión de una larga lucha de los estudiantes y periodistas salidos de la Universidad de La Plata. No se entiende de otro modo que el mismo nombre del premio ya connote un profundo simbolismo de aquellos periodistas perseguidos por dictaduras (para nada socialistas) y desaparecidos o exiliados.

Por supuesto que esos estudiantes y periodistas jamás van a recibir la atención de los diarios que integran la SIP. Basta ver la cobertura dada al evento. Apenas unas referencias, pero sobre todo “sensacionalizar” una supuesta declaración antisemita, que, si se lee bien, no tiene nada de eso. A la gran prensa el premio Rodolfo Walsh a la Comunicación Popular no solo que no le interesa sino que  hasta lo menosprecia; por lo mismo, tiene su significado político profundo y valioso. En la misma medida que lo desconoce adquiere su valor político trascendente.

Los tiempos han cambiado y la altura del debate no puede seguir alrededor del ombligo de quienes señalan lo que vale y lo que importa porque son dueños de un grupo económico poderoso, con medios de comunicación privados a su servicio.