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No es cualquier noticia porque no se trata de un personaje cualquiera. Es prácticamente, como dicen analistas militares estadounidenses, un “objetivo de guerra” para los EE.UU. Julian Assange ha sido y será quizá el único periodista que puso a implorar al Departamento de Estado cuando desde Washington le pidieron que no divulgara más cables secretos.
Ahora, cuando se siente acosado y con el justificado temor de ser llevado a la picota, pide asilo político en Ecuador. Y Rafael Correa ha dicho ayer temprano que están procesando el pedido. Lo cual implica que tomará un tiempo prudente para decidir. De ser positiva la respuesta, entraríamos en un vertiginoso proceso de tensión política, por varias razones.
Primero: EE.UU. no vería con agrado una decisión de esa naturaleza. Segundo: de ocurrir, en la práctica, la Fundación WikiLeaks, que preside Assange, se afincaría en Ecuador y convertiría a este país en el centro de atención de lo que podría hacer esa organización. Tercero: concediendo el asilo, Ecuador pasaría a ser un país con la bandera en alto en defensa de las libertades. Cuarto: todos los procesos en contra de Assange quedarían congelados hasta el día en que se resuelvan a su favor o, en un hipotético caso, cuando salga del Ecuador y sea detenido en cualquier parte del mundo.
Por lo mismo, en estos días viviremos atentos a pronunciamientos y decisiones que no solo afectarían al Ecuador en el plano mediático, como ya se ha podido comprobar desde ayer, sino que también lo colocarían en un sitial distinto al que quieren algunos detractores.
Se trata, además, de una decisión delicada y compleja en lo jurídico y político, pero ante todo hay que valorar todas las implicaciones sin dejar de lado un componente fundamental: la condición humanitaria a favor de Julian Assange, quien es un perseguido político, sin duda alguna.