El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, usa a los dreamers (los jóvenes que llegaron de manera ilegal a Estados Unidos cuando eran niños y que no han podido regularizar su situación migratoria) como arma política. El mandatario derogó la orden ejecutiva que protegía a este colectivo de las deportaciones. Esa norma fue un legado de su antecesor, Barack Obama.

Trump negoció con los demócratas la regularización de los “soñadores”, como se los llama en español, a cambio de que los legisladores dieran los fondos suficientes para la construcción del muro en la frontera. Esa fue una de las promesas de campaña del republicano, pero él aseguró que serían los vecinos del sur quienes financiarían la obra, algo que ya vio es imposible.

Los demócratas otorgaron fondos exiguos para la barrera y Trump firmó el presupuesto para evitar el cierre del Gobierno federal. Pero ayer, furioso por la derrota política, escribió una serie de tuits en los que pedía deportaciones masivas para los “soñadores”. ¿A dónde van a ir estos jóvenes, si el único país que han conocido es Estados Unidos?

Los norteamericanos siempre se han sentido orgullosos de ser una sociedad de migrantes. En ese concepto el rol de los dreamers adquiere relevancia porque son prácticamente ciudadanos, integrados plenamente, pero lo único que les falta es un papel que acredite eso.

Pero el actual inquilino de la Casa Blanca reniega de este concepto que ha acompañado a Estados Unidos desde su fundación. Lleva al país a romper con su pasado y pone en peligro los derechos humanos de miles de jóvenes.

La población estadounidense se ha parado firme contra los deseos de Trump, pero es necesaria una acción colectiva entre organismos de la sociedad civil, legisladores y jueces. También las entidades defensoras de los derechos humanos deben estar atentas ante cualquier deportación, ya que sería una catástrofe, porque destruiría la imagen internacional de Washington y complicaría su rol como potencia mundial al perder liderazgo. (O)