La renuncia del embajador ecuatoriano Rodrigo Riofrío a su cargo en la sede diplomática de nuestro país en Lima marca el fin de una intentona por colocar a los dos países en una franca disputa, a partir del sensacionalismo y tremendismo con que manejaron los medios -peruanos y algunos ecuatorianos- el tema.

Luego de mirar el video en el supermercado limeño, muchos de los que ya pedían la cabeza del embajador, tanto allá como acá, tuvieron que retractarse y hasta corregir toda la andanada de juicios de valor que emitieron. Bastaría que un observatorio de medios estudiara el “caso” para comprobar, una vez más, cómo la prensa amarilla y la privada y comercial pueden llevar a un conflicto binacional por su falta de profesionalismo, por ese afán de protagonismo y por la carencia de rigor a la hora de elaborar la información pública. No olvidemos que la primera versión fue de las supuestas agredidas, victimizadas al extremo. Cuando se vio el segundo video, ¿quién en verdad era la víctima?

Y más allá de esto, lamentable desde todo punto de vista, en ciertos sectores ya se incitaban chauvinismos, xenofobia y hasta nacionalismos baratos para perjudicar ese gran proceso de integración y paz que han construido Perú y Ecuador. Proceso que ha garantizado bienestar a las poblaciones fronterizas, históricamente afectadas por esos aires belicistas a los que nos acostumbraron los mercaderes de la guerra.

Si este “impasse” ha sido superado con la renuncia de los embajadores, queda para las dos naciones y para los dos gobiernos activar inmediatamente mecanismos que profundicen la hermandad, la integración y la concreción de esos proyectos simbólicos que darán más empleo y riqueza a nuestros pueblos.

Y queda una lección (de nuevo): cuando la prensa no es responsable con lo que dice y publica las consecuencias pueden ser fatales. ¿Lección aprendida?