Es como querer encontrar la fiebre en las sábanas y al mismo tiempo estigmatizar de nuevo a los jóvenes. Ansiosos y desesperados, los reporteros de televisión (acolitados por los editorialistas sesudos), tras la trágica muerte de una estudiante secundaria, fueron a buscar a todos los colegios la causa de su deceso.

Inmediatamente dispusieron de toda su “sapiencia” para colarse en las aulas, patios y alrededores para encontrar la tan ansiada primicia que justifique su solvencia profesional y, a la vez, demuestre su hipótesis: “Ahora hasta en los colegios se ha introducido la droga”. Y “gracias” a ese descubrimiento hasta un candidato presidencial -que ya estuvo en la Presidencia y “sabe” mucho de estas cosas- ha levantado banderas para prometer que en su gobierno “jamás” se permitirán las drogas en los colegios.

En términos mediáticos, eso se llama levantar una oleada de opinión desde un empirismo absurdo y con unos propósitos claros de subir el rating. Cada vez que hay algo en los colegios, de inmediato, se levantan las voces moralistas para “salvar” a la juventud de las garras del mal: si bailan eróticamente, si beben, si se dejan el pelo largo, si protestan, si fuman marihuana, etc.

Todo lo que hacen los jóvenes es culpa solo de ellos, parece decir una reportera con su muy tierna expresión para sellar su reporte informativo diario. Cuando las autoridades toman medidas, estimulados por la presión mediática, entonces esas decisiones no cuentan, no sirven, son burocráticas y únicamente camuflan un mal causado por el autoritarismo del Gobierno. ¿En qué quedamos? ¿Están necesitando restablecer una base de Manta para tranquilizarse un poco?

La moralina mediática erige sus propios “cucos” y fantasmas cuando bien sabe que la fiebre no está en las sábanas ni los jóvenes son los terroristas a quienes hay que encerrar, vigilar o colocar grilletes como con los prisioneros de Guantánamo.