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Los resultados de la consulta popular escenificada ayer prueban dos elementos que deben generar otro tipo de debate en los medios, entre la ciudadanía y sobre todo en los actores políticos: la gente, cuando toma decisiones autónomas, define su destino y las asume con absoluta legitimidad.
Paradójicamente el escenario de discordia, larga y tormentosa, hizo de La Concordia un símbolo para buscar mecanismos democráticos en otros conflictos como el de La Manga del Cura, Las Golondrinas, El Piedrero, Huaquillas-Arenillas, Jatun Jigua, entre otros. Y a la vez define un elemento que poco se subraya: la participación política eleva la conciencia de la gente, la involucra en sus problemas fundamentales y deja por fuera el uso y abuso de jerarcas, caciques y corporaciones con definidos intereses personales y particulares, muchos alrededor del dinero.
Resuelto el problema, con la definición popular, ahora le corresponde a La Concordia asumir su propio destino, sus derroteros a favor de la gente, porque esa población no goza necesariamente de un servicio público de calidad, todavía adolece de poco desarrollo social y cultural, debe construir otras opciones para satisfacer todas las demandas económicas en un marco de equidad y justicia.
La Concordia debe asumir el resultado de su consulta para fortalecer su cohesión política. Y hay una lección para los partidos usufructuarios de su propia sed proselitista: cuando hablan de construir poder popular como un eslogan se olvidan que para ser popular hay que contar con la gente y no solo usarla para confirmar ciertos postulados teóricos y menos con el afán de garantizar ciertos poderes localistas.
Lo de ayer es una lección política y democrática para todo el Ecuador. De ella hay que aprender, además, que la participación y politización son fundamentalmente para resolver conflictos en paz, construir más democracia y proponer salidas informadas y consensuadas desde el bien común.