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Han sido años duros y complejos, pero con resultados satisfactorios para todos. No hay exclusión: todas las capas sociales han sido beneficiadas con los logros de un proceso político constituyente, social, participativo y altamente democrático. Nada se ha hecho por fuera de la norma legal y menos sin el apoyo popular en las urnas. Por eso la legitimidad y reconocimiento de todo lo alcanzado en estos años.
Hay premios, críticas y estadísticas que lo prueban. No se trata solo de valorar un gobierno o una gestión: es todo eso y también el modo que el ecuatoriano asume su futuro. La autoestima es un logro histórico y adquiere para el futuro una dosis muy fuerte de cambio cultural. De ahí, que hablar de democracia en estos días requiere entenderla en un contexto de transformación cultural y no solo un cambio de mandos.
Quien sea el futuro presidente sabe que afronta el peso de la historia última, el empuje de cambios y de transformaciones culturales. Será la historia la que dé más razones y argumentos a este proceso constituyente nacido de un clamor popular no traicionado en sus esencias y anhelos. Hay mucho que corregir y también que cambiar, pero no perdamos el espíritu del ‘Viejo Luchador’ ni de Montecristi. La historia nos mira y nos alienta. Los ecuatorianos debemos darle mucho sentido a nuestro bienestar común: igualdad, equidad y, sobre todo, soberanía en toda su intensidad. (O)