Los “sabios” y  “superdotados” periodistas y opinólogos han desatado su furia en las redes sociales, muchos de ellos son reporteros y editores de los medios privados y comerciales. Claro,  en sus páginas jamás dicen y hacen lo mismo que derrochan en las redes. La causa de su furia es ahora la crítica levantada, desde distintos sectores, no solo por el reclamo formal de la Secretaría de Comunicación, por la publicación de las fotos de la pareja waorani asesinada el 5 de marzo pasado en la provincia de Orellana, presumiblemente por miembros del pueblo taromenani. Esas imágenes salieron en un diario privado de circulación nacional en toda su plenitud y del modo más grotesco.

¿Es realmente información relevante para una audiencia “general”? ¿En esa misma lógica, esos mismos periodistas publicarían un asesinato, suicidio o accidente de uno de sus parientes en toda su gravedad? De hecho, han ocurrido casos con gente muy cercana a esos medios y jamás publicaron las fotos de sus familiares. ¿Cuando hay un incendio y hay personas quemadas se publican los rostros chamuscados para que seamos más conscientes de la tragedia, como aluden esos periodistas y opinólogos “sesudos” y “sensibles” al dolor humano, en otros casos? ¿Es válido porque se trata de indígenas no contactados? ¿O, por último, solo es el afán de vender más periódicos y generar un sensacionalismo morboso?

Seamos honestos, nadie se beneficia de esas imágenes y ese supuesto servicio a la comunidad. Lo único que hacen es oponerse a cualquier acción ciudadana o pública y a un tipo de periodismo responsable, generador de procesos de comunicación para entender  la realidad. Los medios de prensa, en general, tenemos unos límites que no nos va a imponer ninguna ley sino una ética y una filosofía de respeto a la ciudadanía y a las audiencias, que no son tontas ni mucho menos desinformadas.