Lo vivimos y celebramos de distintos modos. No cabe duda. Así es y por eso el periodismo tiene una enorme responsabilidad y tarea en eso: exponer cómo vive la gente estos días más allá de lo que nos imponen los apetitos comerciales de los cuales son víctimas y hasta esclavos los medios comerciales y privados.

Cada vez hay más conciencia del sentido mercantil que adquieren los festejos, ya sea por cansancio, agotamiento o por una actitud crítica a todo ello. Pero de todos modos se pierde la esencia de un homenaje que va más allá de un día o de un regalo. ¿Por qué el festejo se asume con regalos? ¿Por qué no con compañía, conversación, encuentros y hasta silencios? ¿No es un mito ya que la economía pierde si en los días de festejos, como el de la madre, no se vende y por lo tanto los comerciantes entran en crisis? ¿No hay en todo esto un sofisma para colocar en el centro de nuestras vidas y de nuestras existencias solo una inclinación a la compra y venta?

Gracias a todo este andamiaje ideológico entendemos ciertos comportamientos de la gente para sentir la hondura de sus afectos con el solo acto de entregar un regalo o justificar la existencia de un ser querido en esa dimensión.

Lo más grande de todo homenaje no es lo que ocurre un día sino la suma de muchas acciones y de sentimientos que se trasladan en directo o con la sensación de que se está ahí presente siempre. Lo sublime del mercado es suplantar esto con un acto concreto y comercial. Si la prensa, como inmanente escenario de discusión de todos los temas, asumiera la criticidad de todos estos factores quizá tendría muchas más y mejores respuestas de la ciudadanía para acogerla como una demanda básica de su propia existencia en todos los días y en todos los “festejos” y ceremonias.