Este diario publicó cuatro entregas sobre lo que pasa en la Izquierda Democrática (ID), o mejor dicho, lo que queda de ella, tras 42 años de vida política y partidista, con relativo éxito. Lamentablemente, su líder y fundador Rodrigo Borja se abstuvo de hablar, según él, porque hay varias heridas abiertas y algunos conflictos en curso en su partido.

A esas publicaciones han salido otras de algunos medios, casi en la misma línea. Incluso, gracias a nuestros reportajes, algunos entrevistadores y analistas han puesto en debate el tema más allá de lo noticioso. Y, para variar, en vez de hundirse en el análisis factual, la mayoría ha preferido comentar la presencia de la ex ID en el actual Gobierno, como si con ello ya fuese suficiente el enfoque para un tema que demanda mucha más sapiencia.

No deja de ser lamentable que un ser vivo, que una especie política, desaparezca. Obvio. La ID gestó y fue artífice de muchos acontecimientos políticos. Y lamentablemente sus últimos dirigentes plegaron y forjaron la llamada partidocracia. Su penúltimo director nacional, además, está señalado como “el sepulturero de la ID”, por colocar sus vanidades y personalismos por delante de los objetivos estratégicos de su partido.

Y con todo y eso era previsible la desaparición de partidos que se constituyeron y desarrollaron sobre la base de algo que ya no sintonizaba con los nuevos tiempos, y mucho menos con la lógica y la cultura política del Ecuador. Ellos fueron la base y el cemento de la “triste y larga noche neoliberal”.

No cabe duda. Con sus prácticas y hasta con los famosos camisetazos corrompieron la política y la hicieron desafecta para las nuevas generaciones porque veían en ella solo demagogia y disputas estériles. La ID, como la DP o el PSC, ha sido de esos espacios de negociación económica para ciertos sectores poderosos tradicionales y emergentes. Y ahí se ahogaron.