De un tiempo a esta parte, los feriados son un gran negocio. De hecho, si por razones de clima o cualquier otra causa no se dan como se esperan, la evaluación siempre recae en las pérdidas económicas y no en el goce y esparcimiento de los ecuatorianos. Se subraya con insistencia en el éxito económico de los feriados y no en el impacto que tienen en la calidad de vida de la gente.

No se trata solo de hacer plata, por lo menos habría que pensar que si ese fuese el único motivo mejor sería seguir trabajando. Ahora hay otros factores que explican también ese “éxito económico” de los feriados: capacidad de consumo, facilidad de movilización y movilidad de la gente, crecimiento del sector turístico, deseos de otras formas de esparcimiento y una economía estable y sana para hacer planes de corto y largo plazo en las familias.

Sin embargo, el carnaval se inscribe en otra tradición que pesa poco a la hora de su análisis: el factor religioso que lo convoca. Y ese tiene sus expresiones artísticas en nuestros pueblos y regiones. Por eso es bueno que en estos feriados los pueblos dialoguen y se encuentren. Ahora el carnaval es más que las fiestas de las Flores y de las Frutas de Ambato o el tradicional festejo de Guaranda.

Este carnaval ecuatoriano se lo vive y goza de distintas maneras en muchos pueblos y ciudades. En cada uno de ellos hay preparativos que, si bien se acentúan en un folclorismo, también revelan, poco a poco, unas tradiciones que no se observaban por la preeminencia de otras fiestas mucho más “comerciales”.

Habría que evaluar el grado de integración nacional, en el campo de la cultura, que provocan estos carnavales. Quizá hay un mejor conocimiento y una afirmación mucho más plena de nuestra interculturalidad. Y, a la vez, una necesidad de que el esparcimiento adquiera  otros signos.