De la infinidad de entrevistas que los directivos, abogados, ejecutivos y analistas de los bancos han dado en varios medios solo cabe una conclusión, un poco tristona: los banqueros son víctimas de un proceso “totalitario” y sus clientes (los miles de miles de ahorristas y cuentacorrentistas) apenas si son unos privilegiados y hasta aventajados por tener una banca que con la plata de sus accionistas nos permiten ser seres humanos y sujetos de consumo. ¿Qué sería de nuestra sociedad sin los bancos? ¿Pediríamos caridad? ¿Rocorreríamos las calles sin futuro? ¿O simplemente estaríamos con los peores índices de felicidad y bienestar general?

Y en esas entrevistas han soltado también criterios bastante groseros y neofascistas: unos camuflados con bonitas y hasta engolosinadas frases, pero también otros más francotes, como los de un abogado “reconocido” que señala a los beneficiarios del bono como vagos, que esperan sentados a que les caigan del cielo los $ 35.

En definitiva, el debate abierto por la propuesta de incrementar el monto del bono con las ganancias de la banca revela, decanta y transparenta a nuestra sociedad, a sus élites y a los que sirven a los poderosos. Los desnuda en su plena condición porque, consciente o inconscientemente, exponen lo que para ellos es una sociedad democrática: los beneficiarios del bono deben ser ad infinitum pobres y los banqueros solo ricos, por siempre, pues así conciben la vida y la eternidad.

Para esos entrevistados, con entrevistadores con tan bajo nivel crítico, la equidad no es un objetivo social, sino apenas un eslogan para adornar sus discursos. Incluso se muestran en su esencia conservadora: pobres habrá por siempre y los pocos ricos (los banqueros) son nuestros apóstoles y filántropos a quienes debemos adoración y cero crítica.