Hace diez años el futuro del Ecuador era una nube espesa. Las encuestas señalaban desesperanza y poca confianza en el sistema democrático. Algunos se atrevieron a decir que cualquier aventura sería bienvenida, a cambio de superar ese sopor político plagado de corrupción y sin ningún norte a favor de los más pobres. Claro, veníamos de la peor tragedia política y económica: el salvataje bancario. Y los culpables manejaban aún los hilos de la política.

Quienes por aquellos años eran muy jóvenes no veían en su país futuro ni esperanza. Muchos se fueron y algunos renegaron hasta de su nacionalidad para optar por otra que les garantizara algún bienestar. Ahora, esos mismos jóvenes vuelven, participan y actúan en el proceso político. Y los que se quedaron saben que las oportunidades son muchas y las capacidades un valor por el que son reconocidos e incluidos.

Incluso los más jóvenes no temen que su futuro esté hipotecado. Al contrario, en su imaginario la vida está abierta a posibilidades positivas: si salen de la escuela tienen la confianza de llegar a la universidad y luego a estudios de cuarto nivel, dentro y fuera del país. Y quienes ahora ingresan al alma máter imaginan su futuro profesional al servicio de grandes proyectos nacionales de todo tipo.

Resulta redundante hablar de estabilidad como el símbolo de estos últimos años. Esa estabilidad forma parte de un complejo sistema y proyecto de transformación donde lo fundamental es la construcción de otra sociedad y no la disputa de poderes de facto por privilegios minúsculos de toda clase.

Por eso este año que concluye revela esa confluencia de sentidos a favor de transformaciones en un clima de paz. Ha sido un período de concreciones, la pauta para otra etapa democrática, la reafirmación de la voluntad popular, el ocaso de los populismos, la reducción de la pobreza y, sobre todo, la inclusión de amplias capas sociales a los beneficios de un Estado mucho más responsable, sin clientelismos.

Es una etapa hito de un largo camino todavía por recorrer. Somos ya una nación a la que se respeta y admira. Somos un grupo humano con talento y capacidades para afrontar el reto mayor: dar valor agregado a lo que hemos hecho tradicionalmente como un esfuerzo y hasta un sacrificio. Tenemos por delante el reto de transformar nuestra matriz productiva para que el conocimiento y el talento sean nuestras mejores herramientas para asumir cambios que solventen nuestra soberanía y garanticen una óptima calidad de vida para todos.