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En un principio parece una discusión exagerada: hablar de la pertinencia de un ceibo, de uno muy grande por cierto, asentado justo donde se construirá una estación de la Aerovía, proyecto estrella del Municipio de Guayaquil. El teleférico busca conectar la ciudad con Durán con un cruce sobre el río Guayas.
¿Es el gran dilema de las ciudades? Desarrollo versus naturaleza, pero parece realmente un falso dilema porque no son categorías contrapuestas; el desarrollo puede ir de la mano con el respeto a la naturaleza. Es más, así debe ser.
En un comunicado, el Municipio porteño indicaba la importancia de la Aerovía. Nadie lo duda, porque los accesos a Guayaquil están colapsados debido en gran parte a la falta de planificación urbana. En lugar de un crecimiento vertical se optó por planes habitacionales en los extramuros. Como consecuencia de aquello, cada día miles de personas requieren cruzar los atascados puentes.
La Aerovía parece una solución, pero ¿acaso no era posible construir la estación junto al ceibo (un árbol muy característico de la costa ecuatoriana)? El Cabildo se asombraba del escándalo “por un ceibo” frente a los más de 700 que promete sembrar.
Y es allí donde radica el error. Para una urbe que ha visto cómo el pavimento reemplazaba a las avenidas con frondosos árboles, un ceibo es bastante. Sí, es verdad que Guayaquil ha aumentado sus zonas verdes, pero están concentradas en grandes hectáreas y pocos espacios; para disfrutarlas hay que viajar a ellas. No están al alcance del ciudadano de a pie.
En invierno, cuando el sol pega fuerte en las calles del puerto principal, las sombras de los árboles se extrañan. Y no es algo exagerado pedir desarrollo con respeto a la naturaleza, para seres vivientes como lo son las plantas. Hay un muy buen ejemplo en la estación de la Metrovía de la Biblioteca principal, construida en medio de un gran árbol, que sigue allí, sin problema. El modelo de las palmeras se agotó, tanto que la vida de un ceibo moviliza a la ciudadanía. Lástima por el ceibo que no sobrevivió. (O)