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Nuestra patria vive uno de sus momentos más difíciles y también recibe todo el apoyo mundial. Ahí se prueba para qué sirve la soberanía, el prestigio de sus instituciones y el respeto de toda la sociedad. Pero sobre todo nos hemos demostrado como pueblo de qué somos capaces sin odios y por una causa común. Ya han pasado 15 días y las palabras no son suficientes para expresar de qué manera la solidaridad es, ha sido y será nuestra mejor revelación en estas duras jornadas tras el fuerte sismo del pasado 16 de abril.
Y no es una solidaridad cualquiera, sino de aquellas que pocas veces destacamos: moverse de inmediato, no pedir ni exigir nada a cambio y mucho menos poner el grito en el cielo contra el Estado esperando que este reconozca algo de su trabajo, peor aun buscando exhibicionismo o protagonismo individual. Los verdaderos patriotas solidarios hicieron su trabajo en silencio, ahí en el terreno y poniendo todo de sí. No necesitaron de las cámaras ni tampoco de las redes sociales. Quienes sí hicieron el show quedarán marcados en su conciencia. Por suerte fueron pocos. Y no hay cómo desconocer la gran ayuda internacional.
Como nunca antes de todas partes del mundo han llegado contingentes de toda clase y eso nos llena de optimismo. Esta es una poderosa lección para entender qué es lo primordial y básico en una sociedad cuando nos sobrecoge y sacude la misma naturaleza: la vida por encima de cualquier interés particular. Si de esto podemos aprender algo que sea el valor supremo de la solidaridad colectiva como un acto pleno. (O)