Algunos analistas, académicos y comentaristas están preocupados por Ecuador y participan en debates y coloquios para hablar de nuestro país. Y en este grupo hay que distinguir dos clases de preocupaciones. La una es la que procede de quienes creen que en este territorio se fraguan proyectos “totalitarios” y hasta “dictatoriales”, eso sí, en medio de un marco democrático. La otra es la de aquellos pensadores y analistas que miran en nuestra geografía cambios y mejoras sociales sin ajustarse a las normas y recomendaciones de los tradicionales organismos internacionales.

Fuera de todo chauvinismo y/o nacionalismo, que Ecuador esté “en la boca de todo mundo” prueba que hay acontecimientos dignos de análisis. Por lo visto en los foros  fuera de nuestras fronteras, lo fundamental es explicar el “fenómeno ecuatoriano” en el campo económico. Allí hay unanimidad: todos reconocen las mejoras sociales a partir de un modelo económico que no prioriza ni el ahorro ni la servidumbre a la deuda externa.

Al mismo tiempo -no hay cómo desconocerlo- los debates giran en torno al liderazgo del Presidente de la República del Ecuador, que no puede desligarse del anterior tema, pues él ha sido el principal propulsor y gestor de ese modelo económico. Y aquí caben todas las discusiones, porque se trata de un político que no se ajusta al  molde al que algunos consideran  único y preponderante. De todos modos hay que considerar algo clave: en Ecuador ocurren “fenómenos” a partir del rechazo a un tipo (único y autoritario) de gestión gubernamental que expulsó a sus ciudadanos y colocó a la economía en el peor de los lugares. Luego de eso, en el marco de una región -América Latina-, hay que considerar que hay cambios importantes sin ningún tipo de imposición y pensando más en las mayorías que en los grupos de presión o corporativos.