El Informe a la Nación deja ver varios retos: reducir la pobreza a los niveles tolerables, incrementar la eficiencia en el gasto y en la gestión, combatir la corrupción, incrementar la atención a los problemas sociales y de seguridad, garantizar la descentralización administrativa, económica y productiva, entre lo fundamental.

Por eso es un aliento reconfortante colocar el debate nacional sobre la base de cifras y datos reales y no desde la especulación  e interés partidista. Con lo escuchado ayer, ¿tiene sentido una oposición obstruccionista, sabiendo de antemano que los más afectados con ella son los beneficiarios de la política social?

Habrá mucho que hacer todavía, obvio. Y los ministros coordinadores lo dejaron entrever: los avances son sobre la base de una realidad inequitativa, injusta, excluyente, heredera de décadas de gobiernos irresponsables. Por lo mismo, lo mucho  que se haga aún es poco para lo que necesita un país rico, pero lleno de pobres, como es el nuestro.

Y para que esos logros -mínimos pero importantes- se afirmen, corresponde a todos los actores sociales, políticos, económicos y culturales “poner el hombro”, pero sobre todo la inteligencia, la generosidad, la solidaridad y la sabiduría para remar en la misma dirección.

Con todo, el balance de estos dos años de gestión revela a un país estable, con confianza, que camina y se autoestima con otros valores. Quedan dos más para que el presidente Rafael Correa conduzca la nación a nuevas orillas, con estímulos provocadores para cumplir con el sueño que se le encargó: construir una patria para todos y todas.

No es que todo sea una maravilla y que ya vivamos en el paraíso terrenal, pero sí se verifica una geografía y un paisaje distintos, favoreciendo la solución de problemas neurálgicos y no poniendo trabas a las soluciones.

Hay un reto colectivo, soberano y libertario, que lo debe encauzar el Gobierno. Y la ciudadanía contribuir, participando y fiscalizando.