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¿Dónde deberían estar las bandas criminales?

27 de octubre de 2013

Los discursos mudan con rapidez en función del proselitismo político: cuando el hacinamiento carcelario era por la ineficacia de la justicia los “sacerdotes de la verdad” deploraban esa lamentable situación, aunque nunca hubiesen hecho nada para construir un sistema carcelario; cuando se desocupaban las prisiones por la injusticia cometida en muchos aspectos, advertían que el crimen coparía cada rincón del país y tendríamos un criminal en cada hogar acabando con las familias.

Lo que olvidan fácilmente los que no haciendo nada eran perfectos es que, años atrás, de las cárceles entraban y salían delincuentes confesos y la inseguridad era la bandera más enarbolada por la derecha. Incluso, apelaron a la pena de muerte para acabar con la delincuencia cuando en el fondo estaba en discusión la injusticia y un sistema que favorecía el enriquecimiento a causa de la lentitud y la corrupción.

Ahora que se combate al crimen organizado y éste sufre golpes determinantes, los “sacerdotes de la verdad” hablan de hacinamiento y de derechos humanos de los detenidos.

Ahora que se combate al crimen organizado y éste sufre grandes golpes, los “sacerdotes de la verdad” hablan de derechos humanos y  hacinamiento...

Una sociedad que combate la delincuencia no puede existir sin verdaderas cárceles, con una lógica y una filosofía. Lo contrario sería combatir el fuego con gasolina. Y para ello se necesitan recursos, voluntad de hacerlo, cero corrupción y sentar las bases de nuevas conductas y procedimientos, a todo nivel.

No descontemos que los graves golpes dados a las bandas criminales organizadas bajaron, notablemente, la percepción de inseguridad y con ello hay mayor confianza de la ciudadanía en el Ministerio del Interior, la Policía y en el Sistema de Justicia.

Gracias a la “metida de mano” en la Justicia también ha sido posible eliminar la corrupción campeante en los procesos judiciales iniciados contra esas bandas criminales, cuyos miembros no obtenían sentencia y si ello ocurría no la cumplían a cabalidad por fugas “cómodas” o por rebajas inexplicables.

No cabe duda de que vivimos otra etapa en el campo de la lucha antidelincuencial. No son espectáculos ni solo discursos: las acciones y resultados están a la vista. Pero sí hace falta que la sociedad colabore para que tengamos una relación menos inequitativa, consumista y proclive a que el dinero mande hasta en las conductas personales e intrafamiliares. No basta con detener a quienes quieren dinero fácil y ajeno; ayuda mucho bajar el consumismo y el exhibicionismo, además de forjar una cultura a favor del trabajo honesto, la modestia y la austeridad plenos y provechosos.

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