Uno de los tópicos recurrentes en la campaña electoral ha sido el uso y destino de los recursos que produce el petróleo. Se ha llegado al punto de decir que hay que “despetrolizar” al país. A eso se añaden otros lugares comunes irreflexivos: solo por el precio alto del petróleo tiene sentido una transformación social, económica y cultural.

Ninguno de los candidatos, de ganar, cerraría las llaves del petróleo al sentarse en Carondelet. Eso se puede apostar a ojos cerrados. Ningún estadista responsable, con una demanda alta de necesidades en un país inequitativo, convertiría a una fuente de ingresos en un adorno del paisaje subterráneo.

Cuando se habla de despetrolizar la economía se olvidan del cambio de la matriz productiva que está ocurriendo y del peso de esa fuente de ingresos en el presupuesto general del Estado, que ya no es el más grande ni tampoco conlleva una dependencia absoluta. Entonces, ¿por qué hablan sin datos quienes quieren gobernar? Por puro proselitismo y harta irresponsabilidad.

De otro lado, cuestionar el sentido del cambio por el mero hecho de los precios altos del petróleo revela una falta de memoria y una cerrazón a los sentidos prácticos de los procesos sociales. Si los precios fuesen altos y las petroleras se llevaran el 90% de los ingresos, como ocurría hace apenas seis años, ¿habría la misma cantidad de dólares? ¿O es que acaso el “peso” de las petroleras en los analistas y en los candidatos es tan fuerte que “añoran” volver a esos momentos paradisíacos?

Los cambios y las transformaciones sociales no ocurren solo con plata, ayuda sí, pero no los determina. Son las prioridades políticas las que construyen el bienestar de un país. Ahora, si los ricos y poderosos, los medios y sus empresas, no quieren el cambio, ni con precios altos ni bajos aceptarán un modelo a favor de las mayorías.