Desde los inicios del balompié profesional en el país, Manabí ha sido una de las grandes canteras de talentos. Sus jugadores han sido vitales para la conformación de las plantillas del torneo nacional. Con el paso de los años la cantidad de deportistas manabitas en los distintos equipos, especialmente en los grandes, fue creciendo, razón por la cual la prensa y los aficionados comenzaron a preguntarse por qué los equipos de esa provincia no lograban consolidarse en la serie A ni obtener un título.
Hubo años en los que ni un solo club de esa tierra fue parte del campeonato de fútbol más importante del país. Se hizo costumbre que los jugadores de Portoviejo, Manta, Chone, Rocafuerte y otros tantos cantones de esa provincia alcanzaran la gloria con elencos de Guayas o Pichincha.
Así se vio dar vueltas olímpicas a Rafael Pincay, Jacinto Santana, Guillermo León, Freddy y David Bravo, Alfonso Obregón, Bertoni Zambrano, Jacinto Espinoza, entre otros. En los últimos años, Jordan Rezabala, Junior Sornoza y Efrén Mera se ganaron, a base de puro talento, la camiseta número 10 de equipos que alcanzaron la gloria. Manabí sufría del mismo malestar de Esmeraldas, tal vez la principal cuna de glorias del fútbol, sin clubes que la representaran positivamente en las principales competencias deportivas.
Con esta historia, los festejos de los hinchas manabitas se limitaron a los triunfos de sus equipos en los partidos o con una que otra clasificación a la serie A -aunque la permanencia era corta- o a los éxitos de sus jugadores por separado. Observar cómo Obregón, después de haber sido mundialista con Ecuador en Corea y Japón 2002, levantaba el trofeo de la Copa Libertadores, quizás
había sido el mejor logro futbolístico manabita.
Hasta que Delfín, equipo en el que jugó Obregón en 2001, resurgió y amenazó con romper la historia en 2017. Y dos años después de esa actuación sorprendente, con subcampeonato incluido -que muchos pensaron no se repetiría-, el club mantense confirmó que el fútbol de Manabí está para cosas grandes. (O)
