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En varios foros, debates “académicos” y en los diversos editoriales y artículos de la prensa privada se ha instaurado un lugar común: los procesos políticos de Ecuador y Venezuela solo son posibles por la existencia de petróleo y sus altos precios, casualmente cuando ganan las elecciones gobiernos progresistas. ¿Y cómo se entiende lo de Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina o Nicaragua? ¿Hay en esos países petróleo en la cantidad que explique la transformación que se vive allá? ¿Y antes de Chávez, Venezuela no tenía petróleo o es un descubrimiento del socialismo del siglo XXI?
Pero aunque fuese así, las cifras (esas que no exponen y menos investigan los sustentadores de teorías falsetas) de Ecuador dicen otras cosas en estos tiempos. Como publicó ayer este diario, el presupuesto general del Estado deja de depender del petróleo cada día más. La recaudación tributaria representa casi el 70% del total de los ingresos de la pro forma presupuestaria.
Con ello no solo que se desbaratan esas tesis y hasta posturas políticas para tergiversar la realidad y someter a una hipótesis explicaciones que no tienen ningún fundamento, pero sí un objetivo: desmerecer las opciones democráticas de los ecuatorianos a partir de realidades concretas.
Ahora bien, que Ecuador deje de depender del petróleo para su sustentabilidad y desarrollo no es ni buena ni mala noticia en sí, es la lógica consecuencia de un proceso económico y político que se desarrolla para cambiar la matriz productiva, sin necesidad de hacer alarde ni propaganda.
Y a la vez conlleva una responsabilidad colectiva que debe instalarse en todos los campos de la vida social, política y económica: aportar las sabidurías y experiencias para que el futuro no sea producto solo del extractivismo sino de las inteligencias, capacidades, talentos y virtudes de todos. Solo así seremos un país distinto y del Buen Vivir.