Incomprensible: casi todos los días hay noticias de nuevas muertes producto de ingerir bebidas alcohólicas adulteradas. Ni la muerte es pedagógica para muchas personas, que tras observar esas tragedias en algunas ciudades del país, siguen consumiendo y a la vez, paradójicamente, “matándose”.

Los controles policiales no pueden ser la tónica, pues estrictamente el consumo es un asunto de responsabilidad privada. Las autoridades desarrollan largas jornadas, con la consiguiente disponibilidad de recursos, para descubrir decenas de locales donde se elaboran las “puntas”, como se conoce popularmente.

Y frente a eso la comunidad se debe preguntar: ¿Por qué en vez de dedicar su tiempo a la lucha contra la violencia delincuencial, los policías e intendentes hacen batidas para localizar a los expendedores de bebidas adulteradas? Por consiguiente no hay más que responder que en primer lugar la responsabilidad es de las familias, en particular de los padres, para fomentar otro tipo de cultura.

No puede considerarse una tradición saludable algo que si no llega a matar por lo menos deja secuelas graves. Esa “cultura alcohólica” debe transformarse en hábitos a favor de la vida plena, donde el cuerpo celebre y festeje moderadamente con bebidas alcohólicas registradas y autorizadas por los organismos públicos correspondientes.

Si hasta hoy se registran casi 50 muertes, también es cierto que quienes sobreviven pierden la vista, sufren la destrucción de sus riñones y, en consecuencia, afrontan tratamientos costosos y hasta pueden perder sus trabajos o estar impedidos de laborar normalmente.

El Buen Vivir es un paradigma del Ecuador y ello incluye otras formas de celebración para garantizar la armonía y el bienestar del cuerpo y la familia. Y eso demanda también una pedagogía social que impida ese tipo de consumo, donde juegan un rol importante los medios de comunicación, la familia y las autoridades.