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El Telégrafo

El consumismo nos ahoga más antes de llegada la Navidad

16 de diciembre de 2018 - 00:00

Los niños siempre se ilusionarán con la llegada de la Navidad. Ellos esperan que ese hombre vestido de rojo, abdomen abultado y bonachón lea sus cartas y les traiga sus regalos; aunque claro, están aquellos que ya no creen en el personaje y saben que es su papá o mamá quien compra los juguetes.

Para la mayoría de adultos, tanto Navidad como Fin de Año, son fechas en que las compras: ropa, zapatos, comida para las cenas, regalos, licor, monigotes, los agobian y entran en estado de ansiedad y estrés, al punto de desear que esas fechas pasen lo más rápido posible.

Y aún más. Si salen de compras deben andar con los ojos bien abiertos pues son justamente estas fechas donde los malhechores salen a las calles a “pescar” incautos, al punto que no les importa escopolaminarlos y que estos se conviertan en víctimas mortales, como un reciente caso en Guayaquil, donde dos hermanos cayeron en manos de una “dulce sueños”. Uno de ellos falleció.

La Policía e instituciones que se suman para garantizar la seguridad hacen su mejor esfuerzo o un esfuerzo extra para que los ciudadanos transiten tranquilos y no sean despojados de sus pertenencias, pero este deseo resulta utópico ante la presencia de delincuentes que quieren “celebrar” la Navidad a costilla de otros que se sacrifican todo el año trabajando.

Como todos los años están aquellos que dejan las compras para última hora, ya sea por falta de tiempo o de dinero. Llegar al destino elegido es casi una victoria y, cuando entras a un establecimiento, este está lleno de compradores. El 24 se vuelve tan extenuante que lo único que deseas es irte a dormir temprano, pero la tradición no te lo permite ni tu familia tampoco.

Entonces no queda otra que acicalarse, ponerse el traje nuevo, disimular el agotamiento y departir con la familia. Y aún queda el 31. Todos corren de un lado a otro para comprar ese monigote que hay que quemar a las 12 de la noche, con la esperanza de que allí se vaya todo lo malo del año. Pero todo está supeditado al consumo y no a esa esperanza que nos dio el nacimiento del niño Jesús. (O)

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