Los niños del Ecuador ya no son los de antes y, aunque suene a verdad de Perogrullo, hay dos elementos significativos en eso: muchos de los que hace pocos años no tenían oportunidad de estudiar en escuelas públicas y estaban sometidos a que sus padres los lleven a las privadas con un alto costo económico ahora optan por la escuela fiscal, sabedores de que ahí reciben cuadernos, desayuno y atención médica gratuita.

En segundo lugar, ya no son más considerados como el “futuro de la patria” sino un presente firme, sostenido desde políticas públicas claras. Por lo mismo, la pobreza de la que salen muchos es para advertir  un sinfín de oportunidades.

Cierto es que hay otros problemas mucho más profundos y delicados: la violencia sexual, intrafamiliar y el acoso de todo tipo no desaparecen del todo porque constituyen cambios que están más allá de una política concreta o de un aporte económico. Tienen que ver con cambios culturales profundos en lo que la sociedad y la familia tienen mucho que aportar.

La conmemoración del Día de Niño invoca ante todo una búsqueda de sentido al futuro de los que ahora están en esa etapa y una significativa revalorización de lo que queremos en el presente con cada uno de ellos.

Es cierto que también los niños son el foco de atención del mercado y el comercio. Esa tara mercantilista estará presente en muchas acciones. Sin embargo, socialmente es necesario apuntar a debates con las personas mayores para que reflexionen sobre lo que les toca hacer para garantizar seguridad, ambiente favorable y respeto absoluto a los derechos de los niños y niñas.

No basta  contentarnos con que en la Constitución estén descritos y tampoco que los recursos económicos prioricen esa atención, sino en la cotidianidad, en el trato directo y habitual debe existir ese reflejo de lo que ordenan las leyes y la Constitución. Por eso este festejo debe convertirse en un acto profundo de respeto hacia la niñez.