Los incidentes estudiantiles de mayo del 68 en Francia tuvieron antecedentes en el Movimiento 22 de marzo, fundado por Coh-Bendit, conocido como Dani “El Rojo”. No fueron casuales; obedecían, a excepción de los académicos y políticos, a otros acontecimientos ocurridos en países capitalistas, del tercer mundo, y en los de economía socialista.

Este capítulo de la historia del siglo XX está enlazado a  diferentes hechos como las protestas que condujeron a la matanza de Tlatelolco, en México, la invasión soviética a Checoslovaquia, las revueltas en las universidades estadounidenses, o la violencia racial luego del asesinato de Martin Luther King.

Guardando las distancias, y con los escenarios socioeconómicos intactos, un grupo de jóvenes españoles indignados, a quienes ahora se los conoce como el Movimiento 15 M, cuestionó este año la falsa democratización de las relaciones sociales y generacionales, y el autoritarismo y privatización de la enseñanza. De manera enérgica condenaron que la política siga en manos de los banqueros y que, por la inequidad, sus padres hayan perdido vivienda y trabajo; la educación pública sea de mala calidad e impotente para generar oportunidades de desarrollo personal.

El domingo pasado, conocido como el 15 O, su airada protesta, que  logró paralizar Madrid y Barcelona en tres ocasiones, tuvo eco en 951 ciudades de 82 países. La participación de los Occupy Wall Street, en Nueva York, por ejemplo, es altamente significativa, por ser la primera vez que alguien expresa el coraje reprimido por la explosión de la burbuja inmobiliaria y el multimillonario salvataje del sistema financiero, ordenado por Demócratas y Republicanos.

Lo cierto es que la ideología del mayo francés, como la que acompaña a los indignados, exalta las demandas  juveniles y  rechaza el autoritarismo. Nadie aspira a una revolución, pero quieren  frenar la voracidad del capitalismo y la permisividad de quienes nos acostumbramos a la fatalidad de los hechos. Lo que pasa en la calle no implica a todos.