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Es fácil decirlo, pero muy complicado explicarlo y sustentarlo. Colocar ya como un lugar común que la cancha está inclinada y que hay árbitro vendido es como decir que ya todo está dicho y no tiene sentido participar en las elecciones. Igual: sostener que la propaganda y la publicidad lo deciden todo cae por su propio peso por la evidencia contundente de la realidad. Hay candidatos que tienen inundadas de vallas y spots las calles y emisoras del país y, a pesar de ello, en las encuestas no suben “como la espuma”, como ellos mismos dicen.
Algunos candidatos y analistas olvidan, a la hora de hacer sus sesudas observaciones, que ciertos aspirantes a las curules asambleístas y a la Presidencia están en campaña desde hace dos años. De forma velada, diciendo a la población “yo soy fulano de tal” o haciendo denuncias de supuestos actos de corrupción para tener cabida en los medios de prensa. Inclusive gastaron mucho dinero en diversos actos y manifestaciones que no irán a la contabilidad del gasto electoral.
Por lo mismo, habría que contextualizar todos esos elementos a la hora de afirmar que la cancha está inclinada. Y en cuanto al “árbitro vendido”: ¿no sería más inteligente y cauto saber si las autoridades electorales han violado la ley, si su comportamiento es ajeno a lo que determinan las normas del Código de la Democracia?
Por lo que se observa, parecería que detrás de todos estos señalamientos y supuestos argumentos electorales solo hay una intención: construir la teoría del fraude y de ahí deslegitimar lo que ya se observa en las encuestas y en las calles. No sería extraño -como ya lo hace un candidato- que tras los resultados del 17 de febrero se abran investigaciones sobre denuncias colocadas en organismos internacionales y con ello desconocer no solo la voluntad popular sino, además, abrir un espacio de desestabilización y deslegitimación democrática.