La capital de los ecuatorianos ha festejado por lo alto su aniversario de fundación. Y  se lo merecen sus habitantes, que  ya no son solo quiteños. Hay muchos compatriotas y también algunos miles de extranjeros que la habitan y la construyen. De hecho, es una ciudad cosmopolita que reúne lo mejor de la comida nacional, además de contar con una gran diversidad de restaurantes de gastronomía oriental, europea y latinoamericana. Todo ello sin descontar el ascendente número de turistas que se registra desde hace unos años.

Es una ciudad compleja todavía y, sobre todo, con retos. Entre ellos está el combatir los males de la supuesta modernidad urbana: alto tráfico, consumismo extremo, mercado agresivo... todo aquello con  secuelas como la inmigración, la contaminación y, en grado menor, la pobreza. Se vive, como comentan sus pobladores, un malestar por las múltiples obras que están en marcha, pero se percibe también un sano entusiasmo por lo que provocan los cambios y la ilusión que generan.

Son días de fraternidad, de muchos encuentros y diversas opciones para el goce pleno y sano. Obviamente es también la ocasión propicia para pensar en el sentido de capitalidad que tiene por obligación e historia esta ciudad. No se trata de confundir con centralismo ni tampoco con burocracia, es ser un eje cohesionador, para convocar y generar sinergias nacionales a todo nivel.

Por eso es que estas fiestas que culminarán el fin de semana atraen a más compatriotas y constituyen de a poco ese resquebrajamiento de la lucha contra el centralismo. Claro, si a la gente le gusta vivir en Quito, si encuentra que sus necesidades materiales y espirituales se satisfacen sin violencia y sin penurias, es un espejo en el que quieren verse otras comunidades, ya ni siquiera dentro del Ecuador sino -además-  fuera de sus fronteras.