En la cadena nacional del pasado viernes, la presidenta brasileña Dilma Rousseff hizo varias precisiones, algunas muy autocríticas, con su gobierno y con el sistema económico y social de su país.
Todo ello para convocar a un diálogo para encontrar salidas a las demandas de los manifestantes, muchas muy justas pero quizá sobredimensionadas por los medios de comunicación. Brasil es un país que arrastra una desigualdad y una inequidad crónica. Siendo la octava economía mundial, los réditos de ese “éxito” no han sido bien redistribuidos.
De ahí que las palabras de la Presidenta alientan la posibilidad de una profundización en las transformaciones que han sacado de la pobreza a millones de brasileños.
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