El ex presidente del Consejo de la Judicatura Benjamín Cevallos no decía ni pío del Gobierno. Ahora, al igual que el fiscal Washington Pesántez, deja su ‘toga’ y pasa a la ‘actuación política’. Y para ello cuenta con la pantalla, el escenario y la dramaturgia mediática, muy ‘oportuna’ y ‘servicial’ cuando de escandalizar se trata.

No se equivoca el español Manuel Castells, en su libro Comunicación y Poder, al señalar que la prensa hace, en general, del escándalo su mejor negocio y el mayor atentado contra la democracia. Indica también que la mayoría de esos ‘escándalos’ no concluyen ni en sentencia ni sanción porque fueron edificados desde una ‘denuncia’ que casi siempre tiene un trasfondo político.

Ahora Cevallos no llega solo a ninguna parte. Las cámaras lo acompañan mejor que su equipo de seguridad. Lo mismo pasa con Pesántez. Lo que ellos digan, mejor si es contra el Gobierno, importa tanto como si una de sus sílabas cambiará un juicio, una sentencia o una providencia. Su palabra, paradójicamente, es ley.

Pero una ley mediática que crea un malestar en la ciudadanía: “todo está mal”, “nada sirve”, “mejor que se vayan todos”. Y en ninguna parte los medios ‘libres e independientes’ sostienen la razón profunda del malestar: el sistema de justicia ecuatoriano ha sembrado vientos y ahora cosecha tempestades.

A la hora de contar qué hace y por qué merece atención Benjamín Cevallos, los canales de televisión no recuerdan qué hizo al frente del Consejo de la Judicatura, donde estableció la diferencia entre una administración mediocre y hasta corrupta con una moderna, ágil y eficiente al servicio de la ciudadanía y la democracia.

Se olvidan que Cevallos fue objeto de juicio político y gracias a la ayuda de la oposición (que se manifiesta casta para supuestamente no meter mano en la justicia) no recibió la sanción correspondiente, de acuerdo con todas las pruebas de su incompetencia al frente del organismo. Pero ahora es un ‘divo’ en su cuarto de hora mediática.