Argentina condenó a cadena perpetua a 12 antiguos oficiales de la Armada, entre ellos, Alfredo Astiz, apodado el “Ángel rubio” o el “Ángel de la muerte”; y Jorge el “Tigre” Acosta, por crímenes de lesa humanidad, dos de los símbolos de la represión. Y con ello marca un hito en la historia de ese país, pero todavía no cierra las heridas causadas por la dictadura de los setenta y ochenta.

Se trata de la primera sentencia contra el grupo de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionó el centro clandestino de detención más sanguinario del régimen militar. Esta decisión se pudo tomar tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que protegían a los represores.

El proceso duró casi dos años y a la hora de conocer el fallo, hubo una explosión de júbilo, con lágrimas y abrazos de familiares de las víctimas y militantes de organismos de derechos humanos. Las condenas fueron leídas delante de los acusados, quienes se limitaron a escuchar, salvo Astiz, que en el momento de recibir la suya se colocó una escarapela en la solapa de su americana sin dejar de sonreír de una manera cínica, como reseña la prensa bonaerense.

Es altamente significativo que el tribunal haya considerado entre las víctimas de los condenados a las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor; y el escritor y periodista Rodolfo Walsh, entre otros.

Con la medida se sienta no solo un precedente, sino, además, una condena moral porque todavía falta por conocer qué pasó con esas miles de víctimas y los nombres de los responsables de su tortura y desaparición. La aplicación de la justicia, por supuesto, implica un hito que deja un poco menos de dolor en la sociedad argentina.